11/12/2024
Nasser Kandil
• Dos grandes potencias dominan el panorama militar Sirio con capacidad de maniobra geográfica: Turquía y la entidad ocupante. Más allá de sus respectivas doctrinas de seguridad regional y la delimitación de zonas de seguridad, tanto Ankara como Tel Aviv actúan como jugadores con grandes ambiciones regionales. Sería ingenuo asumir que el escenario desarrollándose en Siria es solamente sobre definir líneas rojas para asegurar sus intereses, dada la actual incapacidad siria de resistir, confrontar, o incluso oponerse. El panorama político refleja este desequilibrio, con millones de refugiados regresando de Turquía bajo la decisión unilateral de Ankara avergonzando a Damasco, mientras que los bombardeos y las expansiones territoriales Israelíes humillan a Siria, aún más al violar su geografía y dignidad nacional. Mientras tanto, Washington desempeña el rol de árbitro, sin prisa aparente por organizar la escena siria o acelerar su resolución. En la geopolítica , no hay lugar para la piedad ni la caridad, sólo proyectos e intereses. Washington ofrece la posibilidad de levantar las sanciones, incluida la Ley César, e insinúa eliminar de las listas de terroristas a Hay’at Tahrir al-Sham y a su líder, mientras analiza cuidadosamente cómo llevar a cabo estas medidas.
• Sobre Siria se cierne una importante pregunta: ¿Puede alguno de estos tres actores principales -Estados Unidos, Turquía y el ente ocupante- invertir en la construcción de un Estado Sirio fuerte y unificado, capaz de la restauración nacional? La respuesta es clara: ninguno de ellos aspira a tal Estado. Cada uno busca capitalizar la actual fragilidad de Siria para impulsar sus propios proyectos regionales. Turquía, bajo la bandera del Neo-Otomanismo, pretende posicionar Ankara como centro regional de protección de los intereses Estadounidenses. Este acercamiento obtendría la aceptación Estadounidense antes de que la Primavera Árabe sucumbiera a las puertas de Siria. Sin embargo, tras la operación “Inundación de Al-Aqsa”, Washington se ha percatado de que la derrota de Israel equivale a la derrota Estadounidense en su agenda global y regional. Sin una victoria Israelí para afianzar su avance en la región, la habilidad de Washington para cambiar el equilibrio global a su favor se vuelve incierta. Esto se hizo evidente cuando Washington intervino directamente con servicios de inteligencia y tecnológicos para cambiar la corriente de la guerra desatada por la operación “Inundación de Al-Aqsa”, cuando Israel se enfrentaba a una derrota inminente. La escalada resultante tuvo como objetivo a Hezbolá, alterando significativamente el equilibrio regional.
• La transformación deseada por Washington en la región gira en torno a la reconfiguración del equilibrio de poder en las negociaciones con Teherán. En el centro de esta estrategia está el rechazo a la guerra directa -una vía favorecida por Benjamin Netanyahu-, que corre el riesgo de tener consecuencias catastróficas, incluyendo la destrucción de bases y flotas Estadounidenses, el cierre de pasos estratégicos, la interrupción del comercio mundial y una crisis energética sin precedentes, particularmente en Europa. Dada la completa dependencia de Israel de Washington en cuanto a apoyo financiero, militar y político, la última palabra la tiene Estados Unidos. Para negociar desde cierta posición de ventaja, Washington busca debilitar a Irán. Sin embargo, el papel de Turquía es más adecuado para la lucha regional con Irán que para perjudicarlo directamente. Esta lucha, aunque importante, no sirve al objetivo principal de Washington de presionar a Irán para que obedezca.
• La clave para aislar a Irán y presionar a su tejido sociopolítico reside en aprovechar el panorama sirio para establecer un Estado Kurdo. Un Estado amenazaría la unidad y estabilidad de Irak, al mismo tiempo que aprovecharía las aspiraciones Kurdas de convertirse en un Estado en Siria e Irak, aspiraciones ligadas a las estrechas relaciones con Washington y Tel Aviv. Esta entidad Kurda serviría como base estratégica para influenciar a las poblaciones Kurdas en Irán. Sin embargo, estas ambiciones conllevan grandes riesgos, incluyendo la desestabilización más allá de Siria e Irak. La formación de un Estado Kurdo como sólido aliado de la entidad ocupante necesita ignorar la posible fragmentación de Turquía. Mientras que el Presidente electo Donald Trump expresó previamente su deseo de retirar las tropas Estadounidenses de Siria y abandonar el enclave Kurdo, es probable que los últimos sucesos cambien su postura, favoreciendo una mayor presencia militar en Siria y una mayor inversión en el proyecto Kurdo.
• En lugar de perseguir sueños de ampliar su influencia, el Presidente Turco Recep Erdogan debe prepararse para un futuro en el que sus logros en Siria se reduzcan a intereses de seguridad mínimos en el norte de Siria. Simultáneamente, se enfrenta a la posibilidad de un volátil enfrentamiento con la propia población Kurda de Turquía, ya que Estados Unidos se posiciona como el máximo árbitro de las aspiraciones Kurdas. No es casualidad que las voces israelíes, tras los recientes acontecimientos en Siria, hablen del «Corredor de David», una visión de un Estado Druso en el sur de Siria y un Estado Kurdo en el norte, conectados por el estratégico corredor de Al-Tanf.